El sociólogo Alan Wolfe no cree en una guerra de religiones, sino en su adaptación a la sociedad

secularismo-paz La incorporación del secularismo a las creencias y prácticas religiosas asegurará la paz religiosa en el mundo, señala el sociólogo Alan Wolfe en un artículo publicado recientemente por la revista TheAtlantic.com. Los fanatismos religiosos, aunque existentes, así como la expansión de la religión en el planeta, no restan importancia a la expansión de la secularización, elemento que podría llegar a evitar el surgimiento de conflictos. Gracias al secularismo, las religiones se adaptan a las sociedades en las que viven, debilitándose así como fuerzas políticamente destructivas. Por Olga Castro Perea.

Alan Wolfe director del Centro Boisi para la Religión y la Vida Pública del Boston College, de Massachusetts, y autor de una decena de obras sobre religión y política en Estados Unidos, ha analizado en un artículo publicado por la revista TheAtlantic.com la situación actual de la religión en el mundo y las posibilidades de que entremos o no en una nueva era de conflictos religiosos.

En el futuro, señala Wolfe, el mundo gozará de una paz religiosa gracias al secularismo, que está permitiendo que las propias religiones se adapten y evolucionen en las sociedades en las que se desarrollan. Y aunque no nos libremos nunca del todo de los fanatismos, añade, no hay que olvidar que la sociedad sigue secularizándose, dando lugar a una transformación de las creencias y prácticas religiosas.

El ser humano nunca ha carecido de razones por las que luchar, pero en los últimos dos milenios ha luchado sobre todo por ideas concernientes a lo divino. La política, la tecnología, la capacidad militar y las enfermedades, han jugado todas papeles decisivos en el desarrollo de la historia, pero resulta imposible comprender el levantamiento y la caída de los imperios, el choque de civilizaciones y la evolución del equilibrio del poder, sin considerar el fervor único que inspiran las religiones, y la velocidad con que las nuevas religiones se pueden extender.

De hecho, cada surgimiento de una nueva pasión religiosa, aún produciendo el éxtasis y la revelación a algunos, ha desestabilizado las leyes establecidas, ha alimentado la intolerancia y ha conducido a la violencia entre los elegidos y los malditos.

Parecería, a primera vista, que esta situación ha cambiado poco. Wolfe cita al respecto un artículo de “The Economist”, titulado, “Las Nuevas Guerras de la Religión” (The New Wars of Religion,) que proclamaba que la fe desestabilizará la política a lo largo de este siglo, en todos los lugares del planeta, y que, a mediados del siglo XXI, el 80% de la población del mundo estaría adscrito a una de las principales religiones.

Algunos estudiosos de la religión han predicho qué religiones ganarán más adeptos durante las próximas décadas. El Pentecostalismo es uno de los candidatos favoritos porque está barriendo en Latinoamérica y África, señala Wolfe.

Evolución religiosa hacia lo secular

Los adeptos del Islam podrían constituir a su vez una quinta parte de la población mundial y, según muchos, sólo es cuestión de tiempo que llegue a superar al Cristianismo (profesado por un tercio de la población mundial actualmente) convirtiéndose así en la fe predominante en el mundo. Budistas e hinduistas juntos suponen el 20% de la población del planeta.

Más allá de este “reparto” de la fe, existe una preocupación real por la posibilidad de que la intensa competición por captar almas llegue a generar una nueva era de conflictos y guerras religiosas, ahora con el problema añadido de que existen las armas nucleares. Si, de hecho, nos enfrentamos a un periodo de expansión religiosa como las vividas anteriormente por la humanidad, deberíamos despedirnos de la Ilustración y sus principios de tolerancia, afirma Alan Wolfe.

A pesar de esta alarma con cierta base, Wolfe señala que no se debe ignorar que aún quedan dos factores básicos a tener en cuenta en el momento actual: por un lado, que muchas partes del mundo están experimentando un declive en las creencias y prácticas religiosas y, por otro lado, que allá donde las religiones están floreciendo, generalmente, también se está dando una evolución de éstas, a menudo de formas que permiten que las creencias religiosas se acoplen con más facilidad a las sociedades seculares, lo que las debilita como fuerzas políticamente destructivas.

Según Wolfe, la respuesta a cuál religión dominará el futuro, al menos políticamente, podría ser la siguiente: ninguna de las anteriormente mencionadas.

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Religión versus dinero

Es cierto que la idea de la secularización inevitable ha decaído, a pesar de que el dogma de que el progreso material iría erosionando el fervor religioso siga pareciendo inexpugnable. El año pasado, el Pew Global Attitudes Project realizó un estudio con 44 países en los que se relacionó la capacidad adquisitiva de la población con las respuestas a una serie de preguntas relacionadas con la fe. El patrón resultante demostró que cuando Dios y el dinero se enfrentan, normalmente gana éste último.

Así, según este sondeo, en Europa occidental Dios, si no ha muerto ya, conserva un débil pulso. A pesar de algunos incrementos en la implantación del cristianismo e incluso del Islam (en países como Francia o Gran Bretaña), las cosas han cambiado: por ejemplo, España e Irlanda fueron dos de los países europeos más religiosos y ahora mismo son de los menos religiosos del continente.

No hace mucho, España estaba gobernada por un dictador fascista que colaboraba estrechamente con la Iglesia Católica, pero ahora se permiten en ese mismo país tanto las bodas homosexuales como la adopción por parte de parejas gay, lo que convierte a España en un país tan liberal como Massachussets, dice Wolfe.

Por otro lado, la prosperidad de la Europa oriental en los últimos años ha hecho que descienda también la religiosidad en esa zona; mientras que en Latinoamérica también se vive un declive de la religiosidad: en 2006 Chile elige a un presidente que es hijo de una madre soltera y la pasada primavera México legaliza el aborto. Y, aunque el Pentecostalismo aumenta su implantación en Sudamérica, también crece la clase media secular en países como Argentina, Colombia o Perú.

En los países asiáticos vuelve a cumplirse la proyección del estudio del Pew: Indonesia, uno de los países más pobres de la región, se cuenta entre los países más religiosos del mundo. China, más rica, es menos religiosa, al igual que la India, su principal rival en la lucha por la dominación futura de la economía mundial.

El caso de Estados Unidos

En cuanto a Oriente Medio, a pesar de los extremismos radicales religiosos que encontramos en países como Arabia Saudí, no es realista afirmar que el fundamentalismo islámico se extiende por toda la región, que es muy extensa, destaca Wolfe.

De hecho, incluso en Arabia Saudí, de acuerdo con una encuesta realizada por la organización Terror Free Tomorrow, sólo el 15% de la población se mostró partidaria de las ideas de Osama Bin Laden, mientras el 69% apoyaba que se fortalecieran los lazos con Estados Unidos. En África, la religiosidad está ampliamente extendida, quizá incluso más que en Oriente Medio.

Según Wolfe, los estadounidenses actualmente no sólo son más religiosos que los europeos, sino incluso más religiosos que los ciudadanos de algunos países latinoamericanos. Si se necesitan pruebas de que la religión permanecerá como un poder dominante en el futuro, hay que considerar el hecho de que la sociedad más poderosa del planeta también mantiene un altísimo grado de religiosidad: en nombre de Dios Estados Unidos ha invadido países, por ejemplo.

Los norteamericanos saben relativamente poco de los relatos, las controversias teológicas o incluso de los textos sagrados de las creencias religiosas que han elegido seguir. En las últimas décadas, se ha vivido una ascensión de la derecha cristiana en los Estados Unidos, pero también han avanzado inexorablemente los ideales seculares, como la libertad personal y el pluralismo, propios de los años 60.

A pesar de eso, en Norteamérica algunas corrientes religiosas, como el movimiento evangélico, han construido megaiglesias que se acoplan a las necesidades de los profesionales sin mucho tiempo, ofreciendo “productos” como centros de cuidado de día, grupos de auto-ayuda y sistemas de redes de oportunidades. De hecho, estas iglesias le deben más a las escuelas de negocios que a los textos teológicos, señala el autor.

La paz religiosa gracias a la secularización

Para Wolfe, independientemente de la relación entre dinero y religión, será el secularismo lo que garantizará la paz religiosa en el mundo. Esa paz será, de hecho, la consecuencia más importante del fortalecimiento secular del actual crecimiento de lo religioso. Todas las religiones tienden a ser protectoras con sus tradiciones y rituales, pero todas pueden también cambiar en función de las prácticas culturales de aquellas sociedades en las que se encuentran arraigadas.

El mundo actual es en gran medida, o secular o tendente hacia la secularización, incluso en las regiones en vías de desarrollo y no sólo en los países desarrollados. El mundo no se librará nunca del todo del fanatismo, y la globalización es tan capaz de diseminar las ideas extremistas como la moderación más avanzada. Pero el fanatismo no debería ser confundido con la intensidad religiosa. Se puede creer apasionadamente a Dios y llevar en otros aspectos una vida equilibrada.

Y los líderes religiosos con tendencia al fanatismo probablemente descubrirán que el precio de usar la fuerza para expandir la palabra de Dios, o tratar de monopolizarla, se convertirá en una agarradera muy endeble en el futuro.

Además, el futuro podría llegar antes de lo que esperamos. Hemos visto la rapidez con que la religión se ha expandido en el pasado, reclamando adeptos de religiones de la competencia. Tanto el secularismo como las formas secularmente inspiradas de ser religiosos también se expanden rápidamente, incluso más que la religión. Tal vez llegue el día en que los historiadores miren al pasado, a nuestras próximas décadas, y lo vean no como a una nueva era de conflictos religiosos, sino como la era en la que la secularización conquistó el mundo, concluye Wolfe.